La oxitocina es una hormona clave en nuestro comportamiento social; aquí 5 situaciones que explican, así sea parcialmente, la manera en que nos conducimos ante los otros.
La oxitocina es una hormona que nuestro cuerpo produce naturalmente y cuya reacción química está asociada sobre todo con actos sexuales y de maternidad o paternidad, aunque al parecer su presencia en asuntos amorosos es un tanto más amplia y detallada, incluso en conductas tan elementales como el contacto corporal.
Así, ésta que también se conoce como la "hormona del amor", es una sustancia indispensable en nuestras interacciones cotidianas. Como en otros casos, aquí la indisociable relación entre individuo y comunidad se expresa por medio de una serie de efectos químicos visibles a través de nuestras acciones. Conductas como la fidelidad, el apego o la manera en que recibimos un triunfo o un fracaso son, sí, resultado de nuestra educación y nuestro desarrollo en determinado medio, pero también, en algún punto, respuesta a las reacciones que suceden en el interior de nuestro cuerpo.
A continuación, vía Alternet, compartimos 5 situaciones en que la oxitocina es un elemento clave de la interacción social.
1. Lealtad
La relación entre un hombre y una mujer puede ser, por momentos, bastante primitiva. Al menos así lo mostró un experimento que investigadores alemanes realizaron en 2012, en el cual 57 hombres, solteros y con algún tipo de compromiso con una mujer, recibieron una rociada de oxitocina o de un placebo por debajo de su nariz; acto seguido fueron enviados a entrevistarse con una mujer joven y atractiva, quien les haría preguntas más bien triviales. El verdadero objetivo era observar qué tan cerca se colocaban los hombres de la mujer mientras hablaban.
De acuerdo con el estudio, los hombres en una relación y con oxitocina en su nariz, se mantuvieron cautamente alejados de la chica que tenían enfrente. Los hombres también comprometidos con el placebo se acercaban un poco más y, finalmente, los solteros parecían estar de lleno sobre la mujer.
2. Malos ganadores, peores perdedores
El gusto por la competencia y la rivalidad, no pocas veces desenfrenado en ciertas personas, así como la manera en que aceptamos una victoria o una derrota, están relacionados con los niveles de oxitocina de nuestro organismo. Varias investigaciones han encontrado que durante un juego como el poker, la glándula pituitaria posterior secreta oxitocina conforme la partida se desarrolla, con lo que afecta las reacciones de bienestar y de malestar según se gane o se pierda.
En particular una investigación de la Northwestern University juntó 3 grupos de ratones en una misma jaula, el primero con más receptores de oxitocina de lo normal, el segundo sin receptores y el tercero en condiciones normales. En una primera fase, el grupo con más receptores sometió al resto hasta que fueron separados de nuevo. Seis horas después los volvieron a reunir y, para sorpresa de los científicos, los ratones que carecían de receptores de oxitocina no recordaban que habían sido dañados por sus compañeros de jaula.
Una de las conclusiones fue que la oxitocina y su reacción en el septum lateral se relacionan también con nuestra memoria social y los recuerdos de las personas o las situaciones en las que nos lastimaron de alguna manera o, por el contrario, de aquellas en las que recibimos algún tipo de cuidado.
De ahí que, por ejemplo, mientras ganemos, sintamos que todos a nuestro alrededor son amigos, pero si perdemos, sospechemos de nuestros rivales y secretamente creamos que están haciendo trampa.
3. Cooperación
Si la cooperación es uno de los comportamientos que distinguen a la naturaleza humana y también la de otros animales, ella se debe a la oxitocina. Aunque, paradójicamente, por un efecto más bien egoísta. Un estudio realizado en marzo de este año con chimpancés encontró que el acto de rascar la espalda de otros monos en busca de insectos genera en quien lo realiza una descarga de oxitocina que, a su vez, se traduce en una descarga de tranquilidad, relajamiento e incluso placer. Así, las muestras de compañerismo reportan también una ganancia individual.
Sin embargo, la investigadora Mirre Stallen descubrió también que este efecto podría presentarse únicamente entre grupos que ya se relacionan entre sí. En el caso de personas que no se conocen y de pronto tienen que realizar una labor compartida, la oxitocina provoca que la persona prefiera realizarla a solas, y recele de elegir un líder que dirija el trabajo.
4. Preferencia del grupo al que se pertenece
En 2011, el investigador holandés Carsten De Dreu realizó un experimento en el que dosificó oxitocina a dos grupos de voluntarios para después preguntarles su opinión sobre asuntos nacionales como la prostitución, las políticas públicas sobre el uso de drogas e incluso los tulipanes que tanto caracterizan a los Países Bajos. El resultado fue que el grupo bajo los efectos de la oxitocina tendía a considerarlo todo bien y aun por encima del resto del mundo.
Esta reacción, sin embargo, fue acotada por un estudio del economista Paul Zak, de la Claremont Graduate University, quien reunió a algunos estudiantes enrolados también en grupos de cadetes y baile. Los voluntarios realizaban algunas marchas y danzas al tiempo que el equipo de Zak les extraía un poco de sangre, para después participar en juegos en los que podían ganar en promedio 65 dólares cada uno, que podían donar a distintos grupos de caridad. El objetivo era, por un lado, con la actividad física, aumentar los niveles de oxitocina en su cuerpo y, por otro, con el drenado de sangre, volver impredecible a qué caridad darían su dinero, lo cual finalmente se cumplió, pues de los 400 participantes no pudo extraerse un patrón que estuviera relacionado con el sentimiento de pertenencia al grupo del que provenían o la generosidad y el desapego. Si acaso, el estudio mostró una tendencia a relacionar marginalidad y sectarismo: mientras más marginado se sentía un grupo dentro del campus, más se cerraba sobre sí mismo, e incluso podía mostrar ciertas actitudes agresivas hacia otros.
5. La oxitocina nos hace confiar en otros, pero no nos ciega
El complejo sistema químico involucrado en nuestro comportamiento nos explica, pero es solo una de las piezas de nuestra conducta cotidiana. En el caso de la oxitocina, ésta nos vuelve más liberales con los demás, nos hace confiar en los otros, aunque tampoco hasta el exceso. El placer de sentirse parte de un grupo puede terminar si la conciencia advierte que se vulneran principios en los que creemos (éticos, empáticos, entre otros).
"Tenemos que estar en el entorno adecuado para ser virtuosos", concluye Paul Zak
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